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Confianza en el silencio de Dios




Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11:40)


En una gran escuela se declaró un incendio. Como es común en tales casos, se produjo una terrible alarma y varios niños precipitándose unos contra otros fueron heridos de gravedad. Pero una niña quedó sentada en su mesa, muy pálida; de sus ojos brotaban lágrimas, sin embargo, supo estarse quieta, sin proferir un grito. 


Después que pasó el peligro y el orden fue restablecido, le preguntaron por qué no se había levantado. —¡Ah! —respondió—, mi padre es bombero y me tiene dicho que en tales casos lo mejor que se puede hacer es quedarse quieto hasta que la puerta esté libre de gentes que se atropellan, o que haya pasado el peligro. Yo he creído sus palabras, y esto es lo que me ha hecho estar quieta.


Cuando buscamos desesperadamente ayuda y dirección de Dios, su silencio puede parecernos descorazonador. Nos preguntamos si Él nos ha olvidado, o si en realidad le importamos. Seguramente, mientras Marta y María esperaban que su querido amigo Jesús respondiera a sus ruegos, se sentían cada vez más desesperadas. Su hermano, Lázaro, estaba muriéndose y sabían que el Señor podría sanarlo fácilmente. Sin embargo, el salvador «se demoró» en llegar, y Lázaro murió. No pensemos que el Señor no les amaba, porque sí lo hacía. Pero cuando finalmente llegó, Él usó aquella situación, no solo obrar un milagro portentoso, sino que además glorificó a su Padre, y la resurrección de Lázaro causó gran efecto en la fe de muchos, llevándoles a creer en el Señor como el Cristo. 


Mis hermanos, nuestro Dios, actúa de manera similar con nosotros. Cuando guarda silencio mientras estamos en una dificultad o prueba, no es para que nos sintamos desanimados, Él no nos dejó abandonados o se olvidó de nosotros, sino que lo hace para llevarnos a un nuevo nivel de intimidad con Él, y a una fe y confianza más profundas. No olvidemos que cuando los alumnos están en una prueba (o examen), el profesor guarda silencio. 


Así que no desesperemos ni pequemos pensando que Dios nos abandonó, confiemos en sus promesas eternas: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10).

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