Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. (Mateo 6.9 RVR60)
Cuántas veces, al elevar una oración, lo único que hacemos es pedirle cosas a Dios. Y otras veces hacemos oraciones donde solo pedimos, pero jamás le adoramos, ni nunca le agradecemos por lo que hace por nosotros cada día. No obstante, cuando el Señor le enseñó a orar a sus discípulos, lo primero que dijo es que debemos comenzar por la adoración; esto es, debemos «llevarle algo» a Dios. Al acercarnos a Dios, debemos llevar una ofrenda en nuestras manos. Tal como Él mandó en el Antiguo Testamento:
Tres veces al año se presentarán todos tus varones delante del Señor tu Dios en el lugar que Él escoja: en la fiesta de los panes sin levadura, en la fiesta de las semanas y en la fiesta de los tabernáculos; y no se presentarán con las manos vacías delante del Señor. (Deuteronomio 16.16 LBLA)
Existe una anécdota sobre el presidente Abraham Lincoln. Obviamente era un hombre en extremo ocupado, pero se dice que una vez una anciana que no tenía nada oficial que tratar con él, pidió verlo. El presidente accedió y la recibió amablemente.
Cuando la anciana entró en la oficina del presidente, este se puso de pie para saludarla y preguntarle en qué podía servirle. Ella contestó que no había ido a pedir un favor, sino que una vez había oído decir al presidente que le gustaba cierto tipo de galletas y ella había preparado algunas para llevárselas a su oficina. El presidente se emocionó hasta las lágrimas y le dijo: «Usted es la primera persona que no ha venido a mi oficina a pedir o a esperar algo, sino que vino acá a traerme un regalo; se lo agradezco de todo corazón».
Nosotros, al igual que esta anciana, deberíamos hacer lo mismo cuando entramos en la presencia de Dios en oración. Deberíamos llevar todo un plato lleno de «galletas» de gratitud, amor y alabanzas, por todo lo que Dios ha hecho y hace por nosotros. Y de vez en cuando deberíamos abstenernos de llegar con una larga lista de peticiones, sino ir a verle con las manos llenas de adoración, sin una sola petición que hacer. Podemos estar seguros de que nuestro Padre celestial sentirá un genuino agradecimiento si hacemos esto último.
Hermanos, nos sobran razones para adorarlo, amarlo y agradecer todo lo que hace por nosotros. Así que, porqué no «horneamos unas galletas» de amor y adoración, para expresarle a Dios nuestra gratitud, pues su gracia, misericordia y amor son muy grandes sobre nosotros.
Dad gracias al Señor porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia. (Salmos 136.1LBLA)
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