Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. (Lucas 7:37–38, 47)
La mujer en este relato bíblico es un ejemplo viviente del poder transformador del perdón de Dios. Sus muchos pecados fueron perdonados, y como respuesta, ella mostró un amor y una devoción profundos hacia Jesús. Este acto de amor no era solo un gesto emocional; era una manifestación de un corazón agradecido, el cual había sido transformado por el Señor.
Jesús destaca que el que es perdonado mucho, ama mucho. Esto nos invita a reflexionar sobre el impacto del perdón en nuestras vidas. Cuando reconocemos la magnitud de nuestros pecados y la profundidad del perdón que hemos recibido, nuestro amor por Dios y nuestro compromiso con Él se intensifican.
El amor que nace de un corazón agradecido, se transforma en un motor que nos impulsa a vivir de manera que honre a nuestro Salvador, a servirle con devoción y a amar a otros como Él nos ha amado.
Lo cierto es que todo nuestro compromiso con Dios debe estar fundamentado en el amor y la gratitud por el perdón que hemos recibido (Juan 14:23–27). Quizás nuestro amor por el Señor sea poco, porque consideramos que se nos ha perdonado poco. Si este es nuestro caso, debemos pedirle a Dios que nos enseñe a ver el pecado como Él lo ve, para que así, podamos entender la dimensión del perdón del que hemos sido acreedores.
Así que, mis hermanos, al igual que esta mujer pecadora, debemos acercarnos a Jesús con un corazón lleno de amor, dispuestos a entregar lo mejor de nosotros. Este compromiso nos ha de llevar a una vida de servicio, adoración y obediencia, reflejando el amor de Cristo en todo lo que hacemos.
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