Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. (1 Timoteo 6:9–10)
Un misionero relató el siguiente hecho: «Cuando estaba en Haití, vi una pobre anciana en el centro de operaciones de una misión. Había caminado varios kilómetros para obtener comida; no obstante, estaba compartiendo la comida con una niña. Cuando le mencioné esto a «Granny», una misionera veterana, dijo:
—Herb, los más pobres son mucho más generosos que los ricos.
Creo que Granny tenía razón. Aunque hay algunos multimillonarios que son piadosas, generosos y amables, pero son la excepción a la regla».
Desde los días de los profetas, es decir, desde el Antiguo Testamento hasta hoy, muchos ricos han explotado a los pobres. Santiago advirtió que la riqueza de los que oprimen a los pobres «testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego» (Santiago 5:3). Incluso hoy, los ricos contribuyen relativamente poco a las causas caritativas. El popular escritor Vance Packard dice que en los Estados Unidos hay al menos 800 personas que tienen más de cien millones de dólares. ¿Cuánto de eso dan a instituciones benéficas o a las iglesias? ¡Menos del dos por cierto!
En lo personal, a veces, he deseado tener riquezas pensando en todo el bien que podría hacer con ellas. Pero luego me pregunto: ¿verdaderamente lo haría? La Palabra de Dios nos deja bien en claro que codiciar las riquezas es como lazo que nos atrapa tarde o temprano, y nos conduce a aflicciones, tal como dicen los versículos del encabezado. Si sabemos esto, deberíamos desistir de ello, tal como se nos dice en Proverbios 23:4–5, «No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo».
También, deberíamos darle gracias a Dios por las bendiciones que ya poseemos y que Él nos da diariamente, pero por sobre todo, deberíamos aprovechar de bendecir a otros con dichas bendiciones que recibimos de Dios, siendo generosos y compartiendo lo que tenemos.
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