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Cómo vivir en el fuego



Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso. (Deuteronomio 4:24)


Justo antes de que anocheciera , los israelitas que se encontraban de pie junto a los muros de Jerusalén vieron con consternación al poderoso ejército asirio rodeando la ciudad. No obstante, confiaron en Dios y este los salvó:


Mas el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amoz oraron por esto, y clamaron al cielo. Y Jehová envió un ángel, el cual destruyó a todo valiente y esforzado, y a los jefes y capitanes en el campamento del rey de Asiria. Este se volvió, por tanto, avergonzado a su tierra; y entrando en el templo de su dios, allí lo mataron a espada sus propios hijos. Así salvó Jehová a Ezequías y a los moradores de Jerusalén de las manos de Senaquerib rey de Asiria, y de las manos de todos; y les dio reposo por todos lados. (2 Crónicas 32:20–22)


¡Qué asombro, alivio y gratitud debieron haber sentido los israelitas piadosos! Porque los malvados estaban aterrorizados, tal como leemos en Isaías 33:14 donde dice: «Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor?» Estos hipócritas estaban preguntando «¿quién puede vivir con Él?» La respuesta la encontramos en el versículo siguiente: «El que camina en justicia y habla lo recto» (Isaías 33:15a). Dios, a través del profeta Isaías, les estaba recordando que para poder vivir en presencia del Fuego consumidor tenían que obedecer a Dios.


En Hebreos 12:29 se nos recuerda que «nuestro Dios es fuego consumidor». Entonces, ¿cómo es posible tener una estrecha relación con Él? Para ello dos cosas son necesarias: La primera es la obediencia. El Señor Jesús dijo: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió» (Juan 14:23–24).


La segunda es la santidad: «¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación» (Salmos 24:3–5). En conclusión, si depositamos nuestra fe en el Señor Jesús como nuestro salvador y procuramos obedecer su Palabra, no tendremos de qué temer al vivir en el fuego consumidor de su santidad.


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