Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.
¡Sean muy bienvenidos a esta nueva cápsula devocional del podcast! En este episodio quiero hablar sobre la amistad con Dios.
Hace muchísimo tiempo que no hacía una de estas cápsulas. Para ser más exactos, desde marzo de 2020. Pero sin más demora, iré de lleno al tema. Dice la Palabra de Dios: «Ya no los llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; yo los he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, se las he dado a conocer a ustedes» (Juan 15.15 RVC).
En general, los creyentes, pensamos de nosotros mismos como hijos de Dios, ovejas de su prado e incluso como siervos de Él; sin embargo, rara vez consideramos las riquezas de ser sus amigos. ¿Pero qué significa ser amigos de Dios?
La amistad que Dios nos ofrece, no es de esos a los que llamamos «amigos», que son más bien conocidos con los que hablamos de repente. La amistad que nos ofrece Dios es una del tipo de mejor amigo. Lo que verdaderamente significa tener un mejor amigo, primeramente, que es nuestro confidente, es mas, es alguien a quien le podríamos revelar nuestros secretos más oscuros sin que nos juzgue o se espante de nosotros, y al mismo tiempo, es alguien con quien disfrutar nuestros mayores triunfos y alegrías en la vida. Del mismo modo, podemos contar con este amigo para cualquier situación o imprevisto, pues sabemos que ahí estará para nosotros y lo hará de manera gustosa. De esta clase de amistad es de la que estoy hablando cuando se habla de ser amigos de Dios. Y conforme a lo dicho por el Señor Jesús en el versículo que leí al principio, podríamos decir que su iglesia está compuesta por sus amigos.
Aunque esto de la amistad con Dios no es algo nuevo, porque si miramos en el AT, por ejemplo, después de que Dios estableciera su pacto con Abraham en Génesis capítulo 17, este fue llamado amigo de Dios. Dios nos lo declara en Isaías 41.8 donde dice: «Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo».
La íntima relación de amistad entre Dios y Abraham, la podemos ver vívidamente cuando este último deja su tienda y camina con los ángeles en dirección a Sodoma, antes de que estos la destruyeran; y en aquel momento el Señor dijo: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra?» (Génesis 18.17–18 RVR60). Acá vemos que debido a que Dios era amigo de Abraham, Él le reveló los secretos que no le habría dicho a nadie más. Esta confianza no difiere en nada de la que nosotros gozamos; porque leemos en Amós 3.6: «Ciertamente el Señor Dios no hace nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3.7 LBLA). Acá podemos ver que Dios nos da a conocer de sus secretos a nosotros, porque somos sus amigos.
Ahora, una cosa interesante a destacar, es que Abraham no estaba buscando ser amigo de Dios, pero fue beneficiario de la soberana amistad de Él. Y lo mismo pasa con nosotros, ninguno buscaba a Dios, sino que Él nos buscó a nosotros, porque Él nos amó primero (1 Juan 4.19); y como bien dijo el Señor: «Ustedes no me eligieron a mí, yo los elegí a ustedes» (Juan 15.16 NTV).
Dios se nos revela, no solo a través de su Palabra, sino que además ha hecho habitar en nosotros a su Santo Espíritu que «nos guía a toda verdad» (Juan 16.13), dándonos a conocer la mente de Cristo (1 Corintios 2.16); para que podamos entender correctamente lo que Él ha revelado a sus criaturas; tal como dice en 1 Juan 2.20: «Pero ustedes tienen la unción del Santo, y conocen todas las cosas».
Pero volviendo al tema de la amistad con Dios, podemos decir que una amistad genuina es más que acción, es devoción. Y cuando esta devoción es el lente por el cual la iglesia ve la amistad de Dios con nosotros, esta es tan inagotable que desafía nuestra comprensión. Esta devoción se ve de manera preeminente en Dios al darnos a su Hijo Unigénito como rescate por nuestros pecados. La acción benévola de Dios al ofrecer a su amado Hijo se muestra más brillantemente en la disposición del Hijo a sacrificar su vida como rescate por los amigos de su Padre.
El Señor Jesús dijo: «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15.13). Y puesto que Él nos dio gratuitamente a Su Hijo amado, en Romanos 8.32 agrega: «¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?». A diferencia de las amistades que forjamos en el patio de recreo en nuestra infancia, Dios mantiene a sus amigos hermosamente cerca de su corazón desde la eternidad hasta la eternidad. Él no abandona a su iglesia por un amigo mejor, tampoco elige amigos más fieles, ni siquiera se lamenta de haber elegido a la iglesia como su amiga más íntima. Cuando Dios estableció su amistad con la iglesia, no lo hizo basado en nuestra fidelidad hacia Él, sino en su devoción por nosotros. Nunca ha habido un momento en la inalterable historia -ni habrá un momento en el futuro- en el que Dios negará a sus amigos, tampoco los abandonará o los dejará lado.
Así que, hermanos, elevemos nuestras voces a nuestro Dios, entonando aquel himno de Joseph Scriven: «¡Oh, qué amigo nos es Cristo!», el cual dice en su primera estrofa, dice:
¡Oh, qué amigo nos es Cristo!
Nuestras culpas él llevó,
Y nos manda que llevemos
todo a Dios en oración.
¿Somos tristes, agobiados,
y cargados de aflicción?
Esto es porque no llevamos
todo a Dios en oración.
Que el Señor les bendiga y les permita gozar de aquella deliciosa amistad con Él en cada día de su caminar de fe, mis amados hermanos.
Para descargar este mensaje como PDF, haz click en el botón de más abajo.
Comments