Alexis Sazo
Brújula espiritual

Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios. (Isaías 44:6)
Ante la pregunta: ¿Qué es verdadero? Hoy en día muchos contestan: «Nada» o «todo». Para esta clase de personas no existe la verdad absoluta. En otros tiempos se buscaba la verdad, porque se sabía que era una sola. Luego, la gente comenzó a dudar de que existiera una única verdad, y en lugar de hablar de «la verdad», se han puesto a filosofar acerca de las distintas maneras de comprender la existencia humana y de «hallar una verdad persona». Y ahora mucha gente cree que existen un sinnúmero de verdades opuestas unas de otras.
Básicamente estoy hablando del relativismo. Hoy en día, muchos grupos promulgan códigos de ética para definir sus reglas de conducta. En el plano individual cada uno decide acerca de su propia moral y a menudo la adapta en función de lo que le conviene. Pero si no hay más puntos de referencia fijos, entonces, la vida pronto carecerá de significado (que es lo que estamos viendo hoy). ¿Por qué esta pérdida de sentido? Ante todo, porque el hombre quiso tomar el lugar de Dios.
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (Romanos 1:21–23)
Sin embargo, queda una luz que aún brilla con un resplandor invariable: el Evangelio. En medio de esta «noche moral», la Biblia nos enseña quién es la verdad: «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). Él es el Dios de verdad y amor, el Dios viviente que se reveló a sus criaturas al venir al mundo tomando forma humana. Siempre es posible volver a Él, pues es el «norte» que guía nuestras brújulas espirituales hacia la única verdad cuando estamos desorientados.
Confiemos en aquel que es la verdad, reconozcámosle como tal y dejémonos guiar por Él a su presencia santa en este mundo tan perdido.