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Bienaventurados los que lloran

  • 7 feb
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/dYx0hUPsYi8


Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. (Mateo 5:4)


El mundo ve el llanto como una señal de debilidad, algo que debe evitarse a toda costa. Se nos dice que debemos ser fuertes, seguir adelante y no mostrar vulnerabilidad. Pero nuestro Señor Jesús, con su enseñanza, que a los ojos del mundo es contracultural, nos dice que aquellos que lloran son bienaventurados. ¿Cómo puede ser esto posible?


La tristeza que menciona Cristo no es simplemente el dolor común de la vida, sino un lamento profundo por el pecado: el nuestro y el del mundo. Es el llanto del corazón que se duele por haber fallado a Dios, por la injusticia y la maldad que nos rodea. Es el quebrantamiento de aquel que reconoce su necesidad de redención y se vuelve completamente a Dios.


Pero esta bienaventuranza no se queda solo en el dolor, ya que Jesucristo nos promete consuelo, no un consuelo temporal o vacío, sino uno perfecto, pues proviene de Dios mismo. Por así decirlo, es el abrazo del Padre que restaura, la paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento, la presencia del Espíritu Santo que fortalece y renueva.


Si hoy hay dolor en nuestro corazón, si el pecado nos pesa o si la aflicción del mundo nos conmueve, no escondamos las lágrimas, sino que acudamos al Señor Jesús en busca de ese consuelo prometido, porque es un consuelo que solo los hijos de Dios pueden experimentar, pues se basa en la certeza de su amor, su perdón y su esperanza eterna.


Si vamos a Cristo buscando consuelo, tenemos la certeza de que podremos decir como el salmista: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría” (Salmos 30:11).

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