Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. (Efesios 5:15–16)
Si, por ejemplo, vivimos 65 años, tenemos unas 600.000 horas a nuestra disposición. Asumiendo que tenemos 18 años cuando terminamos de estudiar en la secundaria, nos quedan 47 años, los que equivalen a 412.000 horas para vivir después de graduarnos.
Ahora, si pasamos 8 horas al día durmiendo, 8 horas en actividades personales, sociales y recreativas, 8 horas trabajando, eso asciende a 137.333 horas en cada categoría. Si pensamos en términos de horas en el tiempo que tenemos para trabajar y jugar, no parece mucho. Pero si lo miramos a la luz de la eternidad, no es más que un momento fugaz. Entonces, ¡qué importante es! Por tanto, usemos sabiamente el tiempo durante el cual estamos despiertos.
El en libro de Salmos 90:12, dice: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría». Había un hermano en la fe que vivió casi 100 años y durante muchos años calculó su edad en días, siguiendo lo que dice este salmo. Si alguien le preguntaba «¿Cuántos años tienes?», él inmediatamente respondía dando el número de días que había vivido. Al contar sus días, literalmente le recordaba lo rápido que pasa el tiempo sobre este mundo y la necesidad de vivir con sabiduría divina.
En el encabezado leemos: «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos». Este es el consejo divino para con sus criaturas, para que estemos apercibidos de todo cuanto acontece y no desperdiciemos nuestro tiempo en cosas sin valor. Las horas, los días y los años corren como un río que nunca vuelve atrás; y ya sea que los contemos o no, asegurémonos que cuenten para Cristo, pidiéndole siempre que nos ayude a contar nuestros días con sabiduría «redimiendo el tiempo» (Colosenses 4:5).
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