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Amor genuino



Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:29)


A nadie le gusta que lo critiquen. Y ciertamente duele mucho más cuando se trata de alguien a quien conocemos y que habla a nuestras espaldas. La Palabra de Dios nos dice: «No andarás chismeando entre tu pueblo» (Levítico 19:16); ¿por qué? Porque «el chismoso aparta a los mejores amigos» (Proverbios 16:28). Es decir, no debemos ser chismosos ni andar chismeando porque produce separación entre el pueblo de Dios.


En Romanos 1:29–30, el apóstol Pablo llamó a estas personas como «murmuradores» y «detractores». Los mencionó juntos a los soberbios, homicidas, inventores de males, aborrecedores de Dios y cosas por el estilo. Los murmuradores son chismosos que divulgan rumores secretamente, mientras que los detractores son los que hablan con rencor de una persona. Trágicamente, muchos cristianos somos culpables de estos pecados. Hay muchos creyentes que jamás atropellarían a nadie con sus automóviles, pero los «atropellamos» voluntariamente con nuestras palabras, cuando hablamos mal de ellos o cuando les criticamos a sus espaldas.


Quienes participan en estos actos destructivos, no ven la incoherencia de su conducta ni se han tomado en serio las palabras de Dios cuando nos dice que «el amor sea sin fingimiento» (Romanos 12:9). O, como lo parafraseo un traductor: «No finjamos el amor». Y como somos un cuerpo, el cual forma parte del Señor Jesús, lo que les hacemos a nuestros hermanos, se lo hacemos al Señor. Él dijo: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).


Mis hermanos, necesitamos arrepentirnos de nuestros chismes y sustituirlos con lo que John Stott llamó el «chisme santo». Esto significa que necesitamos hablar con entusiasmo de la obra transformadora que Cristo está haciendo en las vidas de las personas; demostrando un amor genuino por nuestros hermanos, al tiempo que obedecemos el mandamiento de Dios que nos dice:


Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:29)


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