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Amistad con Jesús




Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. (Juan 15:14)


Joseph Scriven (1820–1886), autor del muy amado himno «Oh, qué amigo nos es Cristo», conocía el dolor y la soledad. Su futura esposa se ahogó la noche antes de su boda. Posteriormente, una segunda prometida también murió, y de nuevo sus esperanzas de casarse se desvanecieron. Mas la amistad de Cristo lo sostuvo. 


Cualquiera pude tener esa misma amistad; por ejemplo, un hombre llamado John, un adicto a las drogas en proceso de recuperación, llegó a su punto más bajo antes de conocer al Señor. Cuando se le presentó el evangelio, sintió que Cristo le preguntaba directamente: «¿Quieres un amigo para siempre?» Mientras él lloraba por su lamentable condición, dijo sollozando: «Sí». Desde aquel día, el Señor Jesús llegó a su vida.


Pasado un tiempo, John le contó a un querido hermano en la fe que necesitaba un trasplante de hígado. —¿Sabes, John? —le dijo el hermano— la gente cínica podría decir: «Vaya amigo que resultó ser Jesús, considerando tu condición». John contestó: —Pero yo no lo digo. Y luego añadió: —Claro que no deseo dejar a mi familia aún, sin embargo, sea lo que fuere, Jesús sigue siendo mi amigo. 


En el versículo del encabezado, el Señor Jesús dijo que nosotros somos sus amigos, sugiriendo que se trata de una relación de doble vía, esto es, que nosotros podemos ser sus amigos y viceversa. Aunque añadió una condición importante: debemos vivir en obediencia a lo que Él nos manda en su Palabra, solo entonces podremos testificar como John, diciendo: «Pase lo que pase, el Señor Jesús sigue siendo mi amigo».

¿Podemos decir que el Señor es nuestro amigo, con todo lo que ello implica?

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