Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Marcos 12.31 RVR60)
Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (Romanos 13.8 RVR60)
Muchos consideran a Hipócrates, el antiguo médico griego, el padre de la medicina occidental. Él entendía la importancia de seguir principios morales en la práctica de la medicina, y se le atribuye la escritura del juramento hipocrático, que, hasta hoy, sirve como una guía ética para los médicos. Un concepto clave del juramento es «no causar daño». Esto implica que un médico debe hacer solo lo que crea que beneficiará al paciente.
El principio de no hacer daño se extiende a nuestras relaciones con los demás en la vida cotidiana, basada en el amor que debemos tener por nuestros prójimos, tal como leemos en los versículos del encabezado. Es más, la benevolencia es crucial en la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el amor a los demás. El amor que nos demanda Dios es uno que debe traducirse en actos, pues dice:
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. (1 Juan 3.17–18 RVR60)
Al reflexionar en la ley de Dios, Pablo considera que el amor es el objetivo detrás de muchos mandatos bíblicos: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Romanos 13:10).
Por lo cual, cada día, a medida que seguimos a Jesucristo nuestro Salvador, enfrentamos decisiones que afectan la vida de los demás. Al escoger un modo de actuar, tenemos que preguntarnos: «¿Esto refleja el interés de Cristo en los demás o tengo una motivación egoísta?». Esta sensibilidad demuestra el amor de Cristo, que busca sanar al herido y ayudar al necesitado; porque debemos recordar el llamado de Dios:
Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5.1–2 RVR60)
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