El que da alimento a todo ser viviente, porque para siempre es su misericordia. (Salmos 136:25)
El año 2021 acaba de finalizar; y muchas personas «recibieron» este año 2022 de alguna forma en particular, ya que alrededor del mundo existen un sinnúmero de tradiciones y ritos que se realizan con el fin de recibir al nuevo año.
Si nos centramos en la comida, hay quienes comen frijoles (judías, alubias, porotos), otros comen lentejas, pensando que eso les traerá buena suerte. Hay quienes comen repollo, miel, sardinas o sal con el mismo fin. Los japoneses, por ejemplo, comen un tipo de fideos largos; los griegos hornean un pan especial; en España y otros países hispano hablantes se comen 12 uvas; etc. Todos estos ritos son con el fin de tener suerte o éxito en el año que comienza.
No sé si alguien alguna vez se preguntó de dónde salieron estas costumbres. Según los antropólogos dicen que comer ciertos alimentos para «mejorar la suerte», se remonta hasta la antigua Babilonia.
En el libro del profeta Jeremías, encontramos el siguiente versículo:
Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos. (Jeremías 15:16)
Este profeta habla de que comió la Palabra de Dios. Claro, no lo hizo con un ánimo de «mejorar su suerte», sino que usa esta alegoría para dar a entender que su sustento era la Palabra de Dios. Es que cuando miramos la vida de este profeta, podemos encontrar que fue dura. Él fue portavoz de Dios en una época bastante difícil en la historia de Israel. Fue perseguido y rechazado, aun por sus más cercanos. No obstante, la Palabra de Dios produjo en él un gozo tan profundo en su corazón que le llevó a decir lo que dice el versículo de más arriba: «y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón».
Lo cierto es que la comida la necesitamos para mantenernos con vida; y ningún alimento ha de cambiar nuestra «suerte» o el destino de nuestras vidas en este mundo. Pero si hacemos parte de nuestras vidas a la Palabra de Dios, si nos alimentamos de ella diariamente, la leemos, la estudiamos, la memorizamos, eso sí cambiará nuestra vida.
Alimentémonos de la Biblia a diario, para que podamos decir como el salmista: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra. Bueno eres tú, y bienhechor; enséñame tus estatutos» (Salmos 119:67–68). Comamos de aquel alimento que verdaderamente puede cambiar nuestras vidas.
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