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Alabemos a Dios con todo nuestro ser  

  



Alabad a Dios en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. (Salmos 150:1–2)

  

El Salmo 150 es un llamado universal a la alabanza a Dios. No es una alabanza que se limita a ciertos momentos o lugares, sino que es una invitación para que cada ser que respira rinda homenaje al Creador. A través de este salmo, se nos recuerda la importancia de vivir una vida de continua adoración y reconocimiento de la grandeza de Dios.


El versículo 1 nos señala dos lugares específicos donde Dios debe ser alabado: Su santuario y el firmamento. El santuario puede referirse al templo, pero también nos recuerda que ahora, como cristianos, nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Por lo tanto, debemos adorar a Dios en cada aspecto de nuestras vidas, en cada acción, pensamiento y palabra. Además, se nos invita a alabarlo en la magnificencia del firmamento, lo cual significa que toda la creación proclama su gloria, y nosotros, como parte de esa creación, también estamos llamados a hacerlo.


Dios es digno de ser alabado por lo que ha hecho y por quien es. No solo debemos alabarle por sus proezas, como las maravillas de la creación o la salvación que hemos recibido, sino también por su grandeza incomparable. La alabanza no solo se basa en lo que Dios hace por nosotros, sino en quién es Él: Santo, Justo, Amoroso y Todopoderoso, etc.


El salmo menciona una variedad de instrumentos: bocinas, salterios, arpas, panderos, cuerdas, flautas y címbalos. Esto nos enseña que no hay límites en la forma en que podemos alabar a Dios. Podemos hacerlo con música, con nuestra voz, con nuestras manos alzadas, con danza. Toda expresión genuina de adoración que surge de un corazón lleno de gratitud es agradable a Dios. La alabanza es una respuesta completa que involucra todo nuestro ser.


El último versículo es un mandato claro: todo lo que respira debe alabar al Señor. Esto nos deja en claro que adorar a Dios no es una opción, sino que es un mandamiento. Así que, hermanos, que este día, y todos los días, seamos conscientes de nuestra obligación de alabar a Dios en todo lo que hacemos. Ya sea en la iglesia, en nuestra casa, en el trabajo o en cualquier lugar, recordemos que fuimos creados para glorificar a Dios. Si respiramos, entonces tenemos un propósito: alabarle a Él.

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