Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. (Santiago 4.11 RVR60)
La mayoría de nosotros nos quejamos, pero pocos ven la queja como realmente es. Como seres humanos, siempre miramos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro (Mateo 7.3). Y aunque condenamos los pecados de los demás, toleramos nuestra propia murmuración diciendo que no es mas que una actitud negativa. Pero en su Palabra, Dios condena a la murmuración como un pecado deplorable.
A decir verdad, somos como el pueblo de Israel cuando andamos murmurando. Se podría decir que ellos fueron expertos en esto. Por ejemplo, en Números 13.26–33 los vemos rehusando entrar en Canaán, objetando que el pueblo era más fuerte que ellos. Pero ¿cómo vio Dios estas murmuraciones?
Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: ¿Hasta cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan? (Números 14.26–27 RVR60)
Acerca de este mismo tema, leemos en el libro de los Salmos lo siguiente:
Pero aborrecieron la tierra deseable; no creyeron a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz de Jehová. (Salmos 106.24–25 RVR60)
Acá vemos tres pecados que mantuvieron a los israelitas en el desierto: «Aborrecieron» las bendiciones de la tierra prometida. «No creyeron» a Dios cuando dijo que todo iría bien; y «no oyeron» su voz que los dirigía. Antes bien se sentaron en sus tiendas y «murmuraron».
Lo cierto es que Dios quería bendecir a su pueblo, pero ellos prefirieron mirar atrás y desear la esclavitud de la que Dios los había libertado, y eligieron quedarse en el desierto, en vez de entrar a gozar lo que Él les tenía preparado. Por eso Dios no permitió que ninguno de aquella generación entrara en la tierra prometida, exceptuando a Josué y Caleb.
El escritor Ian Thomas advierte a los quejumbrosos de hoy: «Ignorando lo que necesitas, empezarás a pedir lo que quieres, y si no tienes cuidado, ¡Dios te lo va a dar!» Hermanos, si somos quejumbrosos, pidámosle al Señor que nos cambie, evitemos seguir los pasos del pueblo de Israel, y aprendamos a confiar en las promesas de Dios. Porque es terrible empobrecerse con lo que creemos que necesitamos, cuando Dios anhela bendecirnos con cosas muchísimo mejores.
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