Cantad a Dios, cantad salmos a su nombre; exaltad al que cabalga sobre los cielos. JAH es su nombre; alegraos delante de él. (Salmos 68:4)
Del lado izquierdo del pasillo había tres personas sentadas rígidamente en el banco en una iglesia local; del lado derecho se colocó un hombre en una silla de ruedas. Cuando la congregación se puso de pie para cantar, alguien ayudó al hombre de la derecha a ponerse de pie. Mientras que los tres de la izquierda tenían los brazos cruzados; el hombre de la derecha cerró los ojos y con mucho esfuerzo pronunció las palabras de la conocida canción; pero los tres de la izquierda miraban fijamente al frente, con labios sellados.
Por supuesto que no conozco el corazón de ninguna de las personas de la historia, pero cuando la escuché, supe que tenía que examinar mi propio corazón. La historia me recordó que a menudo pasamos más tiempo quejándonos en nuestros corazones, en la iglesia, que alabando a Dios genuinamente. En lugar de concentrarnos en el Dios que adoramos, muchas veces criticamos la manera en que otros adoran, mientras que otras veces la adoración la hacemos por inercia o por costumbre religiosa.
Cuando el rey David adoró a Dios danzando delante del arca del pacto, su esposa Mical le dijo que no tenía decoro. Y él contestó: «Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos» (2 Samuel 6:22). David sabía que si se cohibía, no habría podido expresar a Dios lo que quería expresarle. Nosotros muchas veces nos preocupamos más del qué dirán que de adorar de corazón a Dios.
Mis hermanos, tomemos en serio la adoración a Dios. No seamos indiferentes como aquellos tres que estaban junto al hombre discapacitado. Ni tampoco seamos como Mical que criticó la adoración de su esposo. Sino mas bien, seamos mejor como David, adorando a Dios con todos nuestros corazones.
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