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Episodio #46: Adorando a Dios sin importar las circunstancias

Actualizado: 23 sept 2020



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis y el día de hoy les traigo un episodio titulado: Adorando a Dios sin importar las circunstancias. Pero antes, demos paso a la intro y los veo en seguida.


El libro de Job, nos relata la historia un hombre que perdió todo cuanto tenía. Lo primero que perdió fueron sus animales (11.000 en total, entre ovejas, camellos, bueyes y asnas), así como sus 10 hijos (7 varones y 3 mujeres), todo esto le fue arrebatado en un solo día; ¿y cómo reaccionó este hombre en ese momento? Dice así la Palabra de Dios lo siguiente:


Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. (Job 1.20–21).

Pero Job no solo perdió a sus animales y a sus hijos, sino que incluso su misma salud se vio comprometida, ya que Dios permitió que Satanás lo hiriera con una sarna maligna desde la planta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza (Job 2.7). Cuando él estaba en este estado, aun su propia esposa le dio la espalda; no obstante, incluso en aquel momento, Job siguió conservando su fe en Dios, pues nos dicen lo siguiente las escrituras:


Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios. (Job 2.9–10)

Como si esto no fuera poco, sus amigos más cercanos, los cuales se habían puesto de acuerdo para ir todos juntos a condolerse con él y a “consolarlo” (Job 2.11); en vez de hacer eso, comenzaron a acusarle de haber pecado terriblemente contra Dios; así que, empezaron a decirle que debía arrepentirse, porque todo lo que le estaba pasando era un castigo de Dios por sus incontables maldades.


Y aunque parezca bastante difícil de creer, aún quedan más cosas que le pasaron al pobre Job. Además de todo lo perdido, lo de su esposa, sus amigos, su salud, el dolor emocional de lo que le había pasado hasta ese momento, el pobre Job no podía encontrar descanso ni de día, ni de noche, pues dijo lo siguiente:


Cuando me acuesto, digo: “¿Cuándo me levantaré?” Pero la noche sigue, y estoy dando vueltas continuamente hasta el amanecer. Mi carne está cubierta de gusanos y de una costra de tierra; mi piel se endurece y supura. Si digo: “Mi cama me consolará, mi lecho atenuará mi queja”, entonces tú me asustas con sueños y me aterrorizas con visiones. (Job 7.4–5, 13–14).

Sin embargo, la confianza de Job en Dios era tan grande que a pesar de todo lo que le estaba pasando dijo:


He aquí, aunque él me matare, en él esperaré. Y él mismo será mi salvación. (Job 13.15-16)

Mis hermanos, ¿podríamos nosotros actuar como lo que hizo este hombre? ¿Acaso podríamos hablar como él sin dirigir quejas contra Dios por todo lo malo que nos está pasando? Algo incluso más importante ¿tenemos una relación y conocimiento de Dios tan profundo que nos permiten ver más allá del dolor presente, apoyándonos en nuestra fe sin dudar de los propósitos de Dios? Seamos honestos, creo que muchos de nosotros no le llegamos ni siquiera a los talones a Job. Porque como seres humanos, lo que más nos cuesta entender es que todo lo que estamos atravesando viene directamente de Dios y es una expresión de su amor.


Hoy en día existen muchos creyentes que culpan al diablo por las cosas malas que les pasan en sus vidas, debido a que en la actualidad muchos pastores y ministros han estado enseñando erróneamente que Satanás nos roba, nos quita y destruye todo lo que Dios nos ha dado y, por tanto, es nuestro deber arrebatarle todo lo que nos quitó; como si lo que nos está pasando (o nos pasó) no proviniera de parte de Dios; como si de alguna forma el diablo estuviera por sobre Dios en poder y autoridad, mientras que este último nos mira “impotente” desde su trono en los cielos, sin poder hacer nada. ¡Cuán equivocados están! Porque en la Biblia vemos que nada pasa sin que Dios no lo haya ordenado:


¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. (Lamentaciones 3.37–39).

Cada cosa que acontece en nuestras vidas ha sido orquestada por nuestro buen Dios, con un propósito supremo de completo amor y sabiduría, para el bien de nuestras vidas; uno que, por cierto, no tenemos porqué llegar a conocer, ya que hay cosas que son exclusivamente del conocimiento de Dios (Hechos 1.7). Cuando tenemos esto claro, es aquí donde entra en juego nuestra fe, porque es Dios quien nos está hablando a través de lo que nos pasa, aunque el problema es que nosotros no siempre queremos poner oído a lo que Dios nos dice o de plano no entendemos ninguna de sus palabras; tal como dice en el libro de Job:


Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. (Job 33.14)

Amados, ese dolor crónico que padeces; la enfermedad de tu hija(o); el cáncer que sufres; la muerte repentina de tu esposo(a), de tus padres o de tus hijos; el acoso laboral que estás sufriendo; las limitaciones físicas que padeces; aquel incendio que te hizo perderlo todo; ese accidente que te dejó con secuelas de por vida; las críticas que estás recibiendo de los que te rodean; la falta de un trabajo; los problemas que literalmente están destruyendo tu mundo; etc. Cada una de las aflicciones que estamos viviendo son momentáneas y palidecen en segundos si es que las comparamos con la eternidad y la gloria que hay allá, es decir, en los lugares celestiales en Cristo Jesús.


Mi hermano(a), ninguna cosa que te acontece carece de sentido, sino que es Dios quien está obrando en tu vida. Porque todo esto que sufres tiene un propósito, pues nada es al azar; así que no pienses que es “obra del destino” o algo que te hizo Satanás. Cada segundo de la miseria y el dolor que puedas estar sintiendo ahora, cada paso de dolor que estás dando, todo lo que estás soportando hoy en día, no es más que el camino que Dios te ha trazado y que en ti produce un peso gloria. Dice su Palabra:


Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4.16–18)

No, mis amados, que no nos engañe el diablo, porque Dios no nos ha abandonado. Él sí está escuchando cada una de las oraciones haces, así que no le creas al maligno cuando te dice lo contrario, porque la Palabra de Dios dice:


Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. (Salmos 34.15, 17–18)

Mis hermanos, cada dificultad y padecimiento al que somos sometidos por Dios en este mundo, debe ser visto de la manera en cómo Dios los ve. Todo esto es para hacernos entender -aunque sea un poquito- de lo que el Señor Jesús sufrió. Sí, Dios Padre nos quiere hacer partícipes de los padecimientos de su Hijo. Escuche:


Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. (1 Pedro 4.12–14)

Mis hermanos, yo entiendo por experiencia propia, cuán difícil puede ser esto; y lo que más nos cuesta es poder mirar este tipo de situaciones con los ojos de la fe, contemplando hacia la eternidad, hacia aquel galardón futuro que nos prometió Dios en su Palabra. No obstante, es necesario que aprendamos a hacerlo mientras vivamos aquí en la tierra. Pero claro, nuestro viejo hombre solo se quiere quejar y abandonar todo para no sufrir más, ya que nuestra carne ama el placer y los deleites pasajeros de este mundo; mientras que el nuevo hombre se deleita en las pruebas de Dios, porque este proceso de perfeccionamiento divino es realizado para poder asemejarnos un poco más al Señor Jesús; el nuevo hombre, con la ayuda de Dios, logra hallar el gozo durante los tiempos dificultosos, pero incluso este gozo es provisto por el Señor. Si bien es cierto que muchas veces decimos: “ya basta”, “no puedo más”, “Dios, sácame de esta situación”, “quítame esto, por favor”. Sin embargo, es en ese preciso momento de llanto y tristeza profunda que debemos adorar a Dios con mayor fervor, aun cuando sintamos totalmente lo opuesto. Pues debemos imitar lo que hizo el Señor Jesús la noche previa a su crucifixión, mientras estaba en el huerto de Getsemaní cuando dijo:


Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. (Marcos 14.36)

Como creyentes, debemos pedirle a Dios que nos enseñe a gozarnos, incluso en aquellos momentos y circunstancias difíciles; para que así aprendamos a bendecirlo y glorificarlo, sometiéndonos con alegría a su voluntad, a pesar de que todo parezca ser negativo y contrario a nosotros.


Amados en Cristo, muchas de las cosas que Dios permite en nuestras vidas nos hacen sentir desconsolados, pero recordemos que nuestro Padre celestial es un Padre de toda consolación, por tanto, él nos puede consolar aun en los momentos más duros. Dice su Palabra:


Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1.3–4)

Dios nos puede consolar de maneras que nadie más puede, porque su consuelo está diseñado de manera tal que es completamente personalizado, es decir, que es único y exclusivo para cada uno de nosotros, por así decirlo, hecho a la medida; por ejemplo, el consuelo que Dios le da a una madre que perdió a un hijo, no es el mismo que le da a aquel padre de familia que perdió su trabajo; sin embargo, a ambos los consuela en sus dificultades.


Hermanos, debemos tener siempre presente que nuestro Dios suplirá todo lo que nos falte (Filipenses 4.19). Y vuelvo a repetir que yo sé, por experiencia propia, cuán difícil puede ser ver más allá de la situación en la que estamos viviendo, pero cuando aprendemos a hacerlo, somos capaces de ver más allá de la aflicción momentánea y es ahí, precisamente, cuando encontraremos el gozo que Dios quiere que disfrutemos en medio de la adversidad.


Mis amados hermanos, prosigamos adelante sin desmayar siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12.2)


Que el Señor les bendiga.


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