Alexis Sazo
Actitud frente a la voluntad de Dios

Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. (Juan 4:34)
¿Cómo reaccionamos cuando la voluntad de Dios no está conforme a nuestra voluntad? ¿Nos enojamos? ¿Nos entristecemos? ¿Nos negamos a aceptar la voluntad de Dios y hacemos la nuestra? Una de las cosas que más nos cuestan a los cristianos es aceptar y obedecer la voluntad de Dios. Un ejemplo de esto es Naamán, el sirio.
En 2 Reyes 5, encontramos la historia de Naamán, el general del ejército del rey de Siria, Ben-adad, el cual reinó en tiempos del rey Acab y de su hijo con Jezabel, Joram. Naamán era muy valeroso y su señor lo apreciaba mucho (2 Reyes 5:1), pero tenía un problema, era leproso. Un día, oyó decir que un profeta en Israel (Eliseo) podía sanarlo de su enfermedad, así que viajó a encontrarse con él. Al llegar donde estaba Eliseo, este mandó un mensajero a decirle que se lavara 7 veces en el río Jordán y sería sanado. ¿Cuál fue la reacción de Naamán?
Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado. (2 Reyes 5:11–12)
Naamán iba con una idea en mente: «Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra» y al no cumplirse esto, ¿qué pasó? Se enfadó mucho. ¿Acaso no actuamos nosotros de la misma manera? Cuántas veces tenemos una idea de lo que queremos que Dios nos diga o haga por nosotros, pero cuando Dios actúa conforme a su voluntad soberana, nos llenamos de ira contra Dios porque no hizo nuestra voluntad. Y pregunto: ¿Quiénes somos nosotros para que Dios tenga que hacer nuestra voluntad? Su Palabra nos dice: «¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?» (Romanos 9:20).
Tengamos cuidado con esto, hermanos. Y pidamos a Dios que nos ayude a decir como el salmista: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad» (Salmos 119:35).