No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. (Lucas 5:32)
En este versículo, el Señor Jesús nos declara la razón por la que vino a la tierra: vino a buscar a los que se reconocen como pecadores, no a los que se creen buenos. Esta verdad desagrada a muchos. No obstante, la Biblia nos enseña que todos hemos pecado y estamos excluidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). A menudo, el mundo minimiza el pecado, lo justifica o lo ignora, pero nuestro Señor Jesús no vino para pasar por alto nuestra deplorable condición, sino que vino precisamente porque el pecado es una realidad devastadora que además de destruirnos nos separa de Él.
Algo que debemos entender, es que el pecado es más que un error o una falla. El pecado es una rebelión contra Dios, una transgresión de sus leyes perfectas y sagradas. Y aunque el pecado merece el juicio de Dios, su amor nos ofrece una esperanza inigualable a través de Jesucristo. Porque cuando el Señor Jesús dijo que no vino a llamar a justos, sino a pecadores, estaba haciendo una invitación que abarca a todos. Esto es debido a que no hay nadie justo, ni siquiera uno (Romanos 3:10). Y, por tanto, todos necesitamos de su gracia y perdón. Muchos en la época del Señor, especialmente los fariseos, creían que eran justos por sus propias obras y tradiciones. Este es un peligro que también enfrentamos hoy.
Él no vino por aquellos que confían en su propia justicia, sino a los que reconocen su necesidad de salvación. Este llamado es personal y urgente. No es suficiente conocer acerca del Señor Jesús; debemos responder a su llamado con un corazón arrepentido, ya que el arrepentimiento es la pieza fundamental del evangelio. El Señor Jesús no llama a los pecadores simplemente para que reconozcamos nuestro pecado, sino para que nos apartemos de él. Y eso es el arrepentimiento, es un cambio de mente, una vuelta a Dios con la intención de abandonar el pecado. No es solo sentir remordimiento o culpa; es un deseo profundo de ser transformado por la gracia de Dios. Este es el arrepentimiento que trae consigo el perdón y la restauración.
Al responder al llamado del Señor Jesús, somos justificados por su sacrificio perfecto en la cruz y, como consecuencia, recibimos una nueva vida en Él (Romanos 3:24). Entonces, ¿es usted un pecador al que Cristo vino a buscar?
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