Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios. ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le sea recompensado? Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén. (Romanos 11:33–36)
Cuando meditamos en la grandeza de nuestro Altísimo Dios, nos damos cuenta de lo pequeños que somos y lo inmenso que es su infinito poder. Este pasaje de Romanos es una doxología, una explosión de alabanza hacia el Creador. Pablo, tras reflexionar sobre la majestad de la obra redentora de Dios, no puede contenerse y estalla en adoración.
Su sabiduría supera todo entendimiento humano, puesto que Él es perfecto y fuente de toda sabiduría e inteligencia (Job 12:13). Lo que muchas veces no entendemos en el momento, Él lo ve desde la eternidad con un propósito perfecto. Su conocimiento es completo, y nada escapa a su control.
Unas de las cosas que más nos maravillan es lo insondable que es nuestro Dios. Sus juicios son justos, pero están más allá de nuestra capacidad de comprender. Sus caminos, aunque a veces parezcan misteriosos, son siempre buenos y rectos, mucho más altos que los nuestros, así como sus pensamientos (Isaías 55:8–9).
Además, nuestro Dios es el creador de todo, nada hay de lo que existe que no provenga de Él, todo existe gracias a su poder y está destinado para su gloria. Esto nos llama a reconocer que nuestra vida no gira en torno a nosotros mismos, sino que es para Él, quien es digno de toda alabanza.
Sus perfecciones, su majestad y poder no pueden dejarnos impávidos. Él es Santo, Sabio, Justo y Eterno. Pero pedimos perdón cuando hemos buscado nuestra propia gloria y no la de nuestro bendito Dios. Que este devocional nos inspire en el corazón a rendir toda alabanza al Único que es digno de recibirla. ¡A Él sea la gloria por siempre!
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