Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. (Lucas 13:11-13)
Fuente: La Buena Semilla
La mujer encorvada mencionada en el texto de hoy tenía el rostro desesperadamente fijo hacia abajo. Estaba así desde hacía dieciocho años, solo veía la tierra y sus pies. ¡Era imposible levantar los ojos para mirar hacia el cielo!
Así sucede con muchas personas en este mundo. Las preocupaciones, los fracasos y las decepciones de la vida los han encorvado. Solo ven la tierra alrededor de sus pies, las cosas terrenales inmediatas y su propia persona. Les es imposible levantar los ojos hacia otro horizonte, y menos todavía hacia el cielo, hacia Dios. No perciben que hay otro mundo aparte del que pisan sus pies, un mundo espiritual.
Esta mujer hubiera terminado su vida en la miseria moral, dependiente de su discapacidad, si Jesús, viéndola, no la hubiera llamado. Él tomó la iniciativa, porque ella era incapaz de levantar la cabeza para ver al Señor Jesús, Dios «manifestado en carne». Le dijo: «Eres libre (literalmente: desatada, desligada) de tu enfermedad». Entonces Jesús se acercó y puso las manos sobre ella. Al instante ella se enderezó. Liberada de su atadura, tenía otro horizonte de vida, glorificó a Dios, proclamó su amor y su grandeza.
Jesús pasa cerca de cada uno de nosotros. No nos promete eliminar todas nuestras preocupaciones, pero nos pide escuchar su llamado, creer su Palabra y levantar la cabeza para verlo. Él quiere escucharnos, ayudarnos, salvarnos. Él es nuestro Dios Salvador.
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